Solía visitarme un malestar indefinible. Llegó a ser familiar para mí la sensación de opresión en el pecho, de ser incapaz de digerir lo vertiginoso del día a día con su injusticia y violencia cotidianas. Solía andar con el corazón dislocado y las entrañas encogidas; la sangre fluía espesa, estancándose a cada tanto; no sentía que el aire llenase mis pulmones y notaba herrumbre en las articulaciones, óxido en los músculos, un escozor a flor de piel en extremo sensible. El universo era hostil. Existir era lucha abocada a impotencia y frustración, una lucha absurda e interminable contra uno mismo, contra la inercia, contra la ceguera del otro, contra la maldad, contra el poder, contra la culpa, contra la violencia, contra el miedo, contra la imperfección, contra todo; un engranaje cruel de tentáculos retorcidos del que era imposible escapar.
Mas yo imaginaba
el escape. Sin esperanza en lo de afuera. Creyendo que imaginar era huir de la realidad. Que me refugiaba en una irrealidad. En una
mentira. Pero la mentira se convirtió en verdad. Se materializó. De tanto
imaginarlo, me convertí en escapista... y escapé.
Ahora sé que contraponer tiniebla y luz, vida y muerte,
caída y ascenso, mal y bien, víctima y verdugo, inocente y culpable, vigilia y sueño no tiene
ningún sentido. Que toda dualidad es binomio entrelazado, pálpito que genera la
chispa de la vida, contradicción resuelta en armonía.
Lo sé porque conquisté la línea del horizonte. Crucé al otro
lado. Me atreví a dar el Gran Salto. Ahora, el bienestar me acompaña allá donde
voy. Eso es lo que hay del otro lado del horizonte: bienestar. Belleza. Paz. Libertad.
Aventura. Entusiasmo. Amor. Sí, cada paso siembro y cosecho felicidad. Porque
al derrumbar el muro en mí, derribé todos los muros. Porque al convertir en cuerda floja la
frontera del horizonte, las traspasé todas: la frontera de la piel, la de las
palabras, la de la muerte. He roto el espejo y su laberinto de reflejos. He disuelto el encantamiento. Ahora sé que en realidad, siempre he estado aquí y que
vosotros estáis aquí conmigo. Todos. Porque tú eres yo.
Ahora que lo transito y lo siento a cada instante, comprendo verdaderamente que la felicidad es el único
camino posible, y el amor la única religión verdadera. Ahora sé, porque habito
en ella, que Utopía existe.
No necesito demostrártelo. No necesito convencerte de que tú
eres yo, como no necesito convencer a nadie de que el cielo es azul y que los
pájaros vuelan. Tampoco pretendo guiarte hasta aquí porque sé que llegarás por
tu propio pie, que no podrías no llegar a donde siempre has estado.
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